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Gayle Rubin y los sistemas de parentesco (Parte 2)

Contenido

Una aproximación desde la antropología a los sistemas de parentesco


«Tanto el psicoanálisis como la antropología cultural son, en cierto sentido, las ideologías del sexismo más refinadas que circulan hoy.»

— Gayle Rubin, antropóloga

“Parentesco es organización, y la organización otorga poder. Pero, ¿a quién organizan?” pregunta Rubin.

Podríamos añadir la cuestión de a quién otorga poder. Se refiere la autora en este punto a la obra de Lévi-Strauss Las estructuras elementales del parentesco (1949). En ella el antropólogo francés considera que la esencia de los sistemas de parentesco es el intercambio de mujeres y dos de los elementos clave que lo aseguran son “el regalo”, cuya forma básica sería el matrimonio heterosexual, y el tabú del incesto, que forzaría el intercambio.

El intercambio de las mujeres

Puesto que los hombres actúan como sujetos de la transacción y las mujeres como meros objetos, parece que son los hombres los que reciben beneficios (poder) de este intercambio.

Lo que Lévi-Strauss ha construido implícitamente es una teoría sobre la opresión sexual que descansa sobre causas sociales, no biológicas.

Por otra parte, al señalar que al aplicar la ley del tabú del incesto se constituye la cultura “se puede deducir que la derrota histórica mundial de las mujeres ocurrió con el origen de la cultura y es un prerrequisito de la cultura”.

No obstante, no es catastrofista Rubin pensando que la liberación pasa por eliminar de algún modo la cultura. Más bien se plantea que es muy dudosa la afirmación del antropólogo pues la cultura es inventiva y que, además, el intercambio de mujeres no parece poder describir con rigurosidad las diferentes formas en que actúan los sistemas de parentesco.

Lo que parece claro, y este es el punto de arranque para la creación de conceptos que den cuenta de cómo operan los sistemas sexuales en las culturas, es que el sistema de parentesco es una imposición social y que el tráfico de mujeres nos deja la percepción de que las mujeres carecen de derechos que sí parecen tener los hombres que otorgan y dan a estas como regalo[1]Bien podría parecernos una teoría exótica o demasiado alejada de cómo funcionan los sistemas de parentesco en nuestra cultura y en la actualidad, pero Rubin introduce ejemplos que nos llevan a … Seguir leyendo.

Así, puesto que ya existe una economía del sexo, Rubin afirma que es necesario una “economía política” de los sistemas sexuales.

División sexual del trabajo

Sigue la autora desentrañando las teorías de Lévi-Strauss al aproximarse al análisis que éste hace de la división sexual del trabajo.

El propósito de esta especialización, cuya base no es biológica, es –dice el autor– “constituir un estado de dependencia recíproca entre los sexos”, hacer que la mínima unidad económica tenga necesariamente a un hombre y a una mujer.

Lo que Rubin infiere de estos datos es de gran importancia para nuestra aproximación a la obligatoriedad de la heterosexualidad. Afirma que la división sexual del trabajo actúa como un tabú.

«un tabú contra la igualdad de hombres y mujeres, un tabú que exacerba las diferencias biológicas y así crea el género. La división del trabajo puede ser vista también como un tabú contra los arreglos sexuales distintos de los que contengan por lo menos un hombre y una mujer, imponiendo así el matrimonio heterosexual»

Gayle Rubin en “Tráfico de mujeres: notas sobre la «economía política» del sexo, en Marta Lamas, El género: La construcción cultural de la diferencia sexual, México, Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa-P.U.E.G., 1996, p. 58.

Como ya adelantábamos arriba es de carácter social, y no natural, el modo en que se organiza el sistema de sexo/género. Es de carácter social la forma en que las sociedades organizan la división sexual del trabajo. Matizando esta importancia atronadora de lo social, Rubin afirma que “la organización social del sexo se basa en el género, la heterosexualidad obligatoria y la constricción de la sexualidad femenina”.

El género

Lo entiende como una imposición social que organiza y divide los sexos, como una consecuencia de las relaciones sociales que estructuran la sexualidad.

Así, si la base de los sistemas de parentesco es el matrimonio, machos y hembras son transformados en hombres y mujeres, en seres incompletos que lo serán sólo hasta que se unan a su otra mitad. Hallamos aquí un poso de naturaleza en las tesis de la autora que, en cualquier caso, no parece ser particularmente rígido. De hecho, si bien reconoce que hay diferencias entre las unas y los otros, no las considera mayores que lo que tienen de común.

Afirma que biológicamente hay más semejanzas que diferencias, pero que estas son potenciadas y favorecidas por el género; no habría entonces una oposición natural entre los sexos que los hiciese excluyentes.

La división de los sexos y posterior creación de identidades de género estrictas o “exclusivas” no solo sirve para oprimir a las mujeres, oprime también a cualquiera que deba renunciar a aspectos de su persona considerados por la sociedad en la que vive como propios de otro género.

La heterosexualidad obligatoria

Así nombrada por primera vez en este momento de su exposición, se basa en un tabú anterior al tabú del incesto. El de la homosexualidad. “Una prohibición contra algunas uniones heterosexuales –dice Rubin refiriéndose al incesto– presupone un tabú contra las uniones no heterosexuales”.

Algo que parece bastante obvio y que, sin embargo, ha sido ignorado en la mayor parte de las explicaciones sobre el supuesto origen de la cultura como consecuencia del tabú del incesto.

Sexualidad y género se entrelazan aquí al mostrar la autora cómo asumir un género supone identificarse con un sexo y dirigir el deseo hacia el otro.

Identificación y deseo han de ir en direcciones opuestas asegurando así la heterosexualidad de cualquier individuo, de cualquier mujer.

Esta idea será retomada por Judith Butler en su obra para afirmar que el género implica dos aspectos: feminidad y masculinidad, por un lado, heterosexualidad, por el otro. Por lo tanto, el sistema que oprime a las mujeres y otorga poder a los hombres, es el mismo sistema que pretende borrar y excluir las relaciones homosexuales del abanico de posibles sexualidades para las personas.

Sexismo y heterosexismo parecen proceder de un mismo modo de organización social y uno a otro se refuerzan.

Ambos discursos tienden a apoyarse y justificarse en la noción de lo natural, pero ambos discursos –ambas prácticas– tienen una base social, como vemos en el artículo de Rubin y como veremos en otras autoras comprometidas por desenmascarar cómo funcionan y han funcionado el sexismo y el heterosexismo que oprimen a las mujeres, relegándolas a una posición inferior o secundaria.

¿De qué modo se refuerzan? Al repetir en el esquema tradicional familiar este esquema de identificación y deseo.

«El contraste del padre con la madre, el que cada uno porte un distinto sexo/género asignado, distinto y vinculado sexualmente, y también valorados asimétricamente, constituye el marco de referencia del aprendizaje y vivencia de esta erotizada desigualdad entre mujeres y hombres. […] La transmisión del sexismo a la hija y al hijo acontece dentro de este horizonte del parentesco heterosexual.» [2]Elvira Burgos en https://www.feministas.org/IMG/pdf/13-EL_DESEO_LESBIANO_COMO_POTENCIA_FEMINISTA_Elvira_Burgos.pdf

La sexualidad femenina

En relación con el género y con la heterosexualidad obligatoria, Rubin muestra que la organización social del sexo también se basa en la constricción de la sexualidad femenina.

Si bien es cierto que los dos primeros elementos –género y heterosexualidad obligatoria– actúan en mujeres y en hombres, la obra de Lévi-Strauss nos lleva a percibir que en cuanto a sexualidad se refiere, las mujeres estarían mucho más oprimidas que los hombres, pues están al servicio del parentesco y del ya mencionado intercambio o tráfico de mujeres.

Es objeto en lugar de sujeto. Es deseada pero no ejerce el deseo de forma activa. He aquí un modo de perpetuar el sexismo, esperar el deseo masculino convirtiéndonos así en seres pasivos y subordinados.

Sobre una posible voluntad deseante se pregunta Rubin al considerar qué ocurre con el deseo lesbiano. Parece que mientras los hombres tengan derechos sobre las mujeres que ellas mismas no poseen para sí, el lesbianismo padecería incluso de una mayor opresión que la homosexualidad masculina.


Hasta aquí se ocupó nuestra autora de describir el funcionamiento de los sistemas de parentesco. Ahora analizará cómo estos se reproducen, cómo el parentesco heterosexual es entendido desde el psicoanálisis. En el siguiente artículo lo veremos.

Referencias

Referencias
1 Bien podría parecernos una teoría exótica o demasiado alejada de cómo funcionan los sistemas de parentesco en nuestra cultura y en la actualidad, pero Rubin introduce ejemplos que nos llevan a pensar lo contrario. Nos pregunta, como muestra, por la costumbre de que sea el padre el que entregue a la novia en las ceremonias matrimoniales.
2 Elvira Burgos en https://www.feministas.org/IMG/pdf/13-EL_DESEO_LESBIANO_COMO_POTENCIA_FEMINISTA_Elvira_Burgos.pdf